domingo, 22 de febrero de 2015

LOS CHOCOS.

 

En la Ría de Arosa les llaman "Chopos", creo que en el resto de España les llaman "jibias" o "sepias".
 Tenía yo diecisiete años, aún no cumplidos, y acababa de suspender cuatro asignaturas de primero de Radio, que nos examinaban por libre los profesores de la Escuela de Náutica de Barcelona. Estaba firmemente decidido a no aprobarlas en septiembre. Así que me fui a la Isla de Arosa a casa de Andrés Vázquez,  un retornado de Venezuela que tenía un hijo de mi edad.
 Allí me aceptaron a bordo del "Chiquita segundo", y se me permitió embarcarme de vez en cuando durante las vacaciones de la Escuela de Náutica. Íbamos a pescar sardina al cerco. Los sábados no salíamos, por la noche íbamos al baile y por el día me iba a pescar con Andrés.
Andrés llevaba mal lo de que yo me fuese a la sardina, nunca me invitó a pescar con él, pero nos decía que los que andaban al cerco, allí le llaman "racú", que creo viene del inglés "round up", "no son marineros ni valen para nada". Yo navegaba encantado con Chiquita, aprendí a entender la sonda, llevar el timón, halar la red con otros veinte compañeros con mares bravos, pero le pedí a Andrés que me dejase ir los sábados con él. Ese día no había lonja, los pescadores capturaban para su consumo, maragotas, centollos con el espejo, camarones en las bateas y "Chopos".
Los chocos, sepias o como os haga ilusión llamarles, son una especie de humanos medievales, para capturarlos en la Isla pillaban primero una hembra con la potera o el ganapán (una especie de sartén con red), la metían en el vivero de la dorna, que es un cajón estanco que situado bajo la bancada central tiene un agujero desde donde entra el agua de mar directamente. Cuando salían a por chocos rompían una rama de pino, que dejaban entre aguas con la hembra amarrada con un cordel, sin hacerle daño. Los machos iban uno tras otro a visitarla con intenciones lúdicas, el pescador pasaba el truel o ganapán y aquellos incautos salían del mar para el vivero sin  enterarse, todo lo más largaban un chorro de tinta, o vaya usted a saber de que. Imagino a la hembra como una princesa recluida en castillo o convento, donde los gañanes se acercaban atontados atraídos por su olor o sus cánticos. Supongo que en la Baja Edad Media su destino serían las Cruzadas o las guerras reconquistadoras, por cuenta del padre de la enclaustrada. En nuestro caso es el Castillo de Cazuela. Hoy tocó y tan delicioso estaba el macho que recordé los trucos de su captura.

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